Seguinos en:
NOTA | EFEMERIDE
El Primero de Mayo. ¿Cómo celebraban los trabajadores salteños en la década de 1930?
Acto por el 1° de mayo de los dirigentes del PS en la Plaza 9 de Julio. Diario El Intransigente, 1931

Acto por el 1° de mayo de los dirigentes del PS en la Plaza 9 de Julio. Diario El Intransigente, 1931

Prof. Osvaldo Geres

El 1º de mayo no es una celebración común y corriente para los trabajadores y las trabajadoras. La fecha fue instituida internacionalmente en homenaje a los obreros asesinados en 1886 en Chicago y pasó a constituir un evento central de la clase trabajadora. Su particularidad reside en que es un hecho fundante en la configuración de la clase obrera como actor social y en los procesos de construcción de identidades, al tiempo que se impone como un escenario de acaloradas disputas por su significado. Desde la mirada de los historiadores, es un mirador privilegiado para analizar las tensiones sociales y reconocer elencos de actores que suelen permanecer inadvertidos. 


Entre 1930 y 1943, Salta atravesó por las gestiones radicales, las intervenciones del gobierno de facto y, posteriormente, el predominio del Partido Demócrata Nacional. Analizar las formas que asumió la celebración durante este complejo periodo nos sumerge en un contexto cargado de violencia política por parte del Estado y de organizaciones de derecha como la Legión Cívica Argentina. En términos políticos, es un laboratorio privilegiado para pensar la emergencia de los discursos de odio y la estigmatización de la lucha de los trabajadores en el tiempo, con la consecuente construcción de un enemigo común personificado en el fantasma del “izquierdismo” que tendrá larga existencia en el país.  En este sentido, en 1936 el comunismo –adjudicable a diversas formas de protesta social- será proscripto en la provincia. 


¿Cómo eran las celebraciones de los trabajadores durante estos años? La conmemoración del 1º de mayo solía iniciar en horas de la mañana, cuando delegados de las agrupaciones y partidos de izquierda se congregaban en las plazas 9 de julio o Belgrano. Los mítines -que podían durar varias horas- reunían a más de mil trabajadores, en una ciudad que quedaba paralizada en adhesión al paro acordado para la fecha. Durante los años `30, socialistas y anarquistas mantuvieron una presencia destacada en la organización de las actividades conmemorativas, en las que eran comunes las veladas teatrales organizadas por los centros de oficios varios en el Teatro Victoria, el Cine Florida o en tiendas improvisadas en las afueras de la ciudad, donde se ejecutaban obras de contenido político como “Hijos del pueblo” o “Los mártires de Massachussets”


Las elites dirigentes y los gobiernos de turno trataron de apropiarse de la conmemoración para controlar un evento aglutinante de un recurso preciado que querían controlar. El discurso de 1930 del gobernador Julio Cornejo, por ejemplo, apuntó a remarcar que el gobierno era el responsable de las mejoras en las condiciones de trabajo. Ante esto, un diario opositor no dudó en denunciar el “mentido obrerismo oficial y de las clases burguesas” y en celebrar la dura crítica de los socialistas, que durante la jornada de festejos habían acusado a Cornejo de demagogo. El diario Nueva Época, aprovechó la situación -aún sin ser un órgano de la clase trabajadora- para hacer público su descontento, citando la consigna de Marx: “Proletarios del mundo uníos! La redención de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Unos días antes, el mismo medio había publicado una nota en la que, irónicamente, sostenía que las celebraciones del gobierno representaban una doble defunción de los “mártires de Chicago”.


Al producirse el golpe de estado, el gobierno de facto prohibió la conmemoración pública de la fecha. Aunque esta disposición terminó por levantarse, la Sección “Orden Político y Social” de la Policía de la Provincia, encargada de otorgar los permisos para este tipo de actividades, mantuvo un exhaustivo control sobre las reuniones y actos que pudieran realizarse a lo largo de los años siguientes. En 1935, una vez conseguidos los permisos necesarios, el Partido Socialista se aprestó a realizar una gran celebración que incluía una función teatral y un mitin en la Plaza. El clima en que estos festejos se llevaban a cabo se encontraba enrarecido. Ramón Ortiz, un histórico miembro del partido, se había pronunciado en su discurso sobre la preocupante situación social de los trabajadores, la influencia de la Iglesia católica en la organización de los gremios y círculos de obreros y la amenazante presencia en Salta de Emilio Kinkelin. Este era un coronel retirado que lideraba la Legión Cívica Argentina a nivel nacional y que había recibido asilo en Salta, protegido por Carlos Patrón Uriburu, tras perpetrar un atentado en contra de un centro antifascista de Tucumán.


Luego de Ortiz debía entonar su discurso el diputado Palmeiro, que había llegado a Salta especialmente para los actos. Pero fue entonces cuando estallaron los gritos: “¡Viva la Legión Cívica!” y, tras un amontonamiento, este fue derribado de la tribuna por un grupo de hombres. La noticia del día siguiente indicó que los provocadores habían esgrimido “puñales, estoques y revólveres”, mientras el público se dispersaba asustado por los primeros contusos y heridos en manos de la patota y de la policía. Para el comisario Carlos Frissia, la responsabilidad era de Ortiz y su envalentonamiento “a punta de pistola”, por lo que sería detenido junto a tres adultos y un menor.  La otra versión, en la prensa, apuntaba como responsables del incidente a “elementos legionarios encabezados por la policía”. 


Un ida y vuelta de acusaciones, silencios de parte del gobierno y de la policía y una tensa calma reinarían hasta el 12 de mayo, en que nuevamente aparece la Legión Cívica Argentina en escena. Esta vez el ataque fue sobre el Centro Socialista Carlos Marx, que se encontraba ubicado a unos pocos metros de la Central de Policía. Un grupo de enardecidos muchachones dio por finalizada una conferencia de Ramón Cardozo, quemaron muebles y amedrentaron a punta de pistola a los asistentes. Este, Quintín Conde y el mencionado Ortiz eran cuadros activos del partido y además de una intensa labor de militancia partidaria impartían clases para artesanos y trabajadores en la imprenta y librería “El Estudiante”. Los jóvenes del ataque, identificado como “la muchachada” del Colegio Nacional, habían ingresado provistos de armas de fuego y cachiporras, envalentonados por el acompañamiento de un profesor del Colegio Nacional y secundados nuevamente por la policía. 


Este nacionalismo armado de derecha, que proclamaba la violencia como un recurso válido de acción política, había encontrado en Salta un terreno fértil. A mediados de la década de 1930 las ideas nacionalistas, anticomunistas y antisemitas contaban con adhesión de un nutrido grupo de intelectuales y políticos. Algunos de estos hombres de letras participaban asiduamente de charlas en el Centro Nacionalista de Salta, donde trabajaban para afianzar una identidad «argentinista» que creían amenazada -como advertía exageradamente en sus charlas el profesor Víctor Zambrano- por corrientes ideológicas de la Rusia comunista. La pertenencia a la Legión Cívica Argentina, la Alianza de la Juventud Nacionalista o el Centro de Estudiantes Anticomunistas resultaba atractiva para algunos jóvenes del Colegio. Algunas de estas organizaciones, como la Legión, tenían incluso su ala femenina integrada por respetadas señoritas de la sociedad. 


Durante los últimos años de la década entrará en juego otra organización que terminará siendo central para los trabajadores, la Juventud Obrera Cristiana, que hallará en la figura del arzobispo Roberto Tavella y en el apoyo de la Acción Católica y del Círculo de Obreros Católicos un punto fuerte de apoyo. Todos los esfuerzos de estas organizaciones y asociaciones se depositarán entonces en convertir a la conmemoración del 1° de Mayo en una “fiesta de la fraternidad”, un evento de conciliación de clases y de armonía entre el capital y el trabajo. La novedad serán entonces los mítines organizados por la Juventud Obrera Cristiana y la Iglesia catedral como espacio de reunión, con homilías a cargo del arzobispo.


La Juventud Obrera Cristiana hablaba para un “proletariado sostenedor del orden y, si se quiere, fundamentalmente nacionalista”, en contraposición a “las insidias de quienes pretenden levantarlo como bandera de rebeldías, con fines inconfesables de revuelta y nivelación de clases”. Su primer mitin contó con la participación de varios oradores, pero uno destacó entre los presentes, Ramón Villalba Argüello, quien a viva voz había arengado que “deben distinguirse dos primeros de Mayo: el 1.o de Mayo ateo y el 1.o de Mayo cristiano; el 1.o de Mayo que es odio y el 1.o de Mayo que es amor; el 1.o de Mayo que es venganza y el 1.o de Mayo que es perdón; el 1.o de Mayo que es desesperación y el 1.o de Mayo que es esperanza; el 1.o de Mayo que es lucha de clases y guerra salvaje entre hermanos y el 1.o de Mayo que es paz. ¡Camaradas! ¡Viva el 1.o de Mayo cristiano!”.

 

Prof. Osvaldo Geres